Vintage Trouble han metido el turbo y en poco tiempo han pasado de ser unos desconocidos a emprender una gira internacional por los cinco continentes (la Antártida está por ver). El cuarteto californiano ya había visitado nuestro país, teniendo especial repercusión su actuación en el ‘Festival Enclave de Agua 2014’, una de las referencias de la música negra en España. De la mano de Heart Of Gold, promotores con uno de los mejores rosters del género, se presentaban los problemáticos en un Teatro Barceló a rebosar, condenada a subir su temperatura irremediablemente con lo que se avecinaba.
Para los rezagados, tan sólo decir que Vintage Trouble son un cuarteto clásico (guitarra, bajo, batería y cantante) cuya fórmula es clara y directa: homenajear y revitalizar la música tradicional americana. Una sencilla pero efectiva sección rítmica da estructura a una serie de canciones que reúnen lo más característico del soul, el rock’n’roll, el blues… todo pasado por el filtro de Ty Taylor, un vocalista afroamericano, menudo, carismático y explosivo. De su voz emanan multitud de influencias, desde Otis Redding a Sam Cooke, pasando por Mick Jagger (para los Rolling han abierto algunos shows) e incluso Robert Plant. Y esa es la clave que convierte a Vintage Trouble en una banda con un equilibrio perfecto entre energía rockera y sentimiento soul.
El espectáculo comenzó con una inesperada balada, como un ejercicio responsable de calentamiento cuando sabes que luego toca vaciarse. Desde el primer al último tema, Taylor se propuso meter al público en el guiso, pidiendo acompañamiento de palmas, coros multitudinarios, e incluso recorriendo toda la sala, micro en mano, hasta lanzarse al público que, encantado, le hizo levitar. Su energía es contagiosa y tiene claro lo que significa dar espectáculo, más allá de las canciones. Precisamente la faceta instrumental se identifica por la sobriedad, sin grandes alardes técnicos, pero con composiciones estructural y melódicamente redondas.
El público, joven pero no juvenil, agradeció esa explosión de energía que refresca a la vez que conecta directamente con los clásicos. Te actualiza, pero también filtra un halo de melancolía setentera. Y así, en crescendo, alternando riffs con baterías gruesas, falsetes y gemidos negroides, se desarrolló el show. Son elegantes, sutilmente irreverentes y saben meterse a la audiencia en el bolsillo. Tanto es así que su última canción terminó con el cantante llegando al puesto de merchandising, dispuesto a firmar discos y sonreír a un público ya sometido a sus encantos. Como dicen, no hay puntada sin hilo.