Por segundo día consecutivo, asistimos a la Sala El Sol de Madrid para presenciar el concierto de Anaut, figura emergente de la nueva corriente soul que ilumina la escena nacional. Costó acceder a la sala porque la ciudad estaba acogiendo una batalla en sus calles y, afortunadamente, esa batalla se extendió también al show que ofrecieron Anaut y sus secuaces, ya que no hay mejor manera de poner en evidencia a la necedad que mostrando la capacidad que tiene el arte (en este caso la música) para encarnar la dignidad y el trabajo, por mucho que la corriente empuje en contra.
Esa manifestación (artística) comenzó con una sorpresa, y es que Juan Zelada abrió el show en solitario, acompañado de su guitarra acústica. Mostró una gran capacidad compositiva, con canciones que emanan historia de la música americana, desde Dylan hasta Neil Young, recordando por momentos a Eddie Veder o Jeff Buckley. Pero no definamos por comparación, porque Zelada tiene voz propia, expresiva y sobre todo una energía contagiosa que no permite echar en falta mayor acompañamiento musical. Gustó mucho, y eso fue bandeja de plata para Anaut.
Alberto Anaut, alma y voz del proyecto, puede encontrar referencias en Ray Charles, Chuck Berry, John Scofield o John Mayer entre otros, pero sin ocultarlas luce estilo propio y muy buen gusto. Está acompañado de algunos de los mejores músicos de la capital, asiduos a jams e impulsores de este y otros proyectos. Juntos consiguen un sonido vintage muy natural, y eso evidencia el trabajo que subyace. Sin ser un rompecabezas, el concierto transcurrió por las diferentes aristas del rythm & blues, a veces virando hacia el soul, otras agitando al personal en clave de bogaloo, o sobre tambores de Nueva Orleans. El compromiso y conexión de la audiencia siempre es un hueso duro de roer, pero los medios tiempos y las baladas sonaros exquisitos, despejando cualquier duda sobre la versatilidad artística y emocional de este gran cantante, guitarrista y compositor.
Ni va solo, ni se empeña en demostrarlo, cosa que se agradece, porque permite el lucimiento de los grandes músicos que lo acompañan. De todos ellos (por no hacer la crónica que cada uno merece), lucen los teclados de Gabri Casanova, ya un clásico de la música negra. Hacia el final del concierto pudimos ver como Juan Zelada subía, esta vez como invitado, para cantar a dúo con Anaut, y funcionó. El público lo agradeció, porque esas guindas hacen que la música en directo siga siendo refugio de lo imprevisible, cuando cada show se convierte en algo único. El homenaje a Ray Charles y un bis generoso terminaron por cerrar una gran noche de música, que es lo mejor que te puedes llevar a casa. Suerte Anaut, porque el trabajo está hecho.