A pesar de los cambios de teatro de última hora, las prisas para ir desde Tirso de Molina hasta Goya se olvidan rápido si lo que a uno le está esperando es un directo como el de Gregory Porter, quien a comienzos de su actuación bromea y dice sentirse «sexy» bajo la literal traducción de su nombre al castellano. A todos nos hace gracia y a él al primero, que se muestra realmente encantador con el público. Un auténtico gentleman de los de antaño, al estilo de un Barry White de hoy.
Nos aguardaban casi dos horas plagadas de guiños y creación espontánea, reinterpretaciones de grandes canciones de siempre, llevadas a su terreno como en el caso de «Papa Was A Rolling Stone» (The Temptations) tan sólo a contrabajo que, continuada por «Musical Genocide» no exigió cambiar de registro para transformarse sin transición alguna en una genial adaptación de “War” (Bob Marley).
Que nunca suene nada como en los originales es lo mejor del directo de músicos de este nivel. La banda juega magistralmente con himnos de ayer y de hoy, creando momentos mágicos sólo posibles en vivo a través de la improvisación, que nunca volverán a reproducirse. Como el siguiente tema, «Wolfcry», precedido de un a cappella sin amplificación propio de quien fue criado en las iglesias afroamericanas, con cadencias tonales que recuerdan al gospel blusero de campo y matices más próximos a la época de la esclavitud que el gospel de las últimas décadas. Bien lo pudieron comprobar y valorar los no pocos cantantes y músicos asistentes, y en particular, de la escena de música negra de nuestro país.
Sin embargo, el saxofonista Yosuke Sato tuvo, además de algunos solos buenísimos, varias intervenciones un tanto inapropiadas por pecar de afán de protagonismo. No sólo por su duración sino también en cuanto a intención, forzando al resto de elementos sonoros a cambios de intensidad que no concordaban con el sentimiento del momento. El estruendo sonoro es muchas veces motivo de arranque de aplausos no conscientes de que la intensidad, el tono agudo o la complejidad de ejecución no es siempre sinónimo de calidad ni de adecuación. No olvidemos además que, también en la música, no hay nada como el todo frente a la mera suma de sus partes.
Y llegó el momento de «Be Good», más de 6 minutos de emoción en los que el saxo alto estuvo brillante, para pasar a un tono rítmicamente opuesto con uno de los mejores temas de la discografía de Porter, «1960, What?». Aprovecha el tempo más subido que en la original para pedir palmas mientras presenta a su banda, haciéndonos creer que se trataba del final. Podía haberlo sido a juzgar por lo alto que había dejado el listón, pero no quiso irse sin cantarnos en español, por cierto, más que convincente. La sorpresa estuvo servida con el tradicional bolero «Quizás, quizás, quizás», que mezclaron muy acertadamente con calipso.
Generosa ración doble de bis con «Free» colaborando el público y ya en pie (Free! Free! Free!) y reenganchado con los solos de todos los integrantes de la banda, acabando con Emanuel Harrod (batería), que ya solo en el escenario nos regaló varios minutos de inspiración única.