Todos llevaron, público y gran cantidad de artistas patrios, su libretita para saber cómo interpretar encima de un escenario reggae, del auténtico, del genuino. Parecidos razonables en aspecto al joven Stevie Wonder enfundado en unas gafas negras o al Ken Boothe más mozo, Romain Virgo puso patas arriba la Sala Caracol con un show impecable, en el que no hubo ni una sola fisura. Su telonero Loyal Flames ayudó a caldear el ambiente poco después de que los ubicuos Will y Balack (Unity Sound) hicieran lo propio.

Pero lo de Romain es de otra galaxia: con una banda correcta compuesta de batería, guitarra, bajo y teclados, fue desgranando joyas del primer disco con una ecualización acertada (¡¡por fin!!) en el control de sonido. El muchacho sonó majestuoso, angelical, límpido y genuino, con ese timbre bajo el que cualquier estilo que cantase tendría cálido abrigo.

Su fuerza y entrega fue contagiosa, lo cual nos hizo olvidarnos de lo bien que habrían quedado unos vientos o unos coros para terminar de armarla. Agradecimos los discursitos en los que a veces incurren los cantantes de reggae para hacer tiempo y consumir su actuación con rastafarismos que los seguidores patrios no podrían asimilar de igual manera.

Al fin y al cabo, hablamos de música: temas como «Rich In Love», «Love Doctor» o incluso una acertada versión de Adele hicieron enardecer al público con un show completo en el que lo dio todo. Sus potentes estribillos, en los cuales hizo algún que otro homenaje a vocalistas como Barrington Levy acabaron por hacer arder una Caracol no llena de gente pero sí de energía.

Sus alusiones a la parroquia madrileña fueron constantes en el propio discurso de las canciones, algo digno de agradecer y reseñar habida cuenta del «tute» de conciertos europeos consecutivos que llevaba el bueno de Romain.

La banda fue animándose a enlazar los temas de forma magistral para darle la banda sonora perfecta a un cantante en estado de gracia que con «The System» ya acabó de dejarnos con la boca abierta (literal). Esa manera de cantar a medio camino entre el llanto, el lamento y la esperanza dejó huella y demostró que no hay que ser un sexagenario para saber de qué va esto…si tienes tus deberes hechos. ¡Bravo Romain!