Casi todos los grandes grupos o solistas de reggae en activo han pasado por la capital en los últimos años, pero Steel Pulse era una de esas bandas míticas que se hacía de rogar. Su vocalista y líder, David Hinds, nos visitó en formato Sound System el año pasado pero supo a poco, ya que si algo distingue a Steel Pulse es la identidad de su música, un reggae que a veces es más cercano a bandas como The Police que al roots jamaiquino.

Por eso verle de vuelta, esta vez con la banda al completo, fue una sorpresa y una gran noticia. La Sala Penélope acogió el espectáculo que, como cabía esperar, fue un repaso a los grandes éxitos de Steel Pulse. Mientras que otras formaciones se acomodan en repertorios nostálgicos ejecutados casi por automatismo y se dejan llevar por la herencia de un pasado mejor, Steel Pulse demostró juventud y compromiso para con su música. Una intro casi apocalíptica abrió paso a un show que comenzó con «Worth His Weight In Gold» del disco True Democracy (1982), el más revisitado de la noche. Quedó patente que la gente les tenía ganas, y a pesar de que costó 4 o 5 temas cogerle la medida al sonido, la banda consiguió imprimir su sello particular.

Lo que quizás diferencia a SP de otros nombres importantes es su capacidad para construir canciones con una vertiente pop (en el mejor de los sentidos) más rica en armonías y melodías que los riddims clásicos propios roots. Probablemente su procedencia británica tenga mucho que ver en ese concepto que tanto les define. Y así se sucedieron temazos como «Steppin’ Out», «Your House», «Drug Squad» o «No More Weapons», con intervenciones vocales esporádicas del teclista Selwyn Brown, quien puso el rubadub en escena.

Hinds, a cubierto tras sus gafas de sol, y sus muchachos se mantuvieron dinámicos y bailongos durante todo el show, lo que contagia de manera inevitable y te obliga a dejarte la piel en el foso, al menos, tanto como ellos. Sorprendentemente, la calidad vocal del grupo se mantiene intacta, y de ello participan todos en mayor o menor medida. Este es un termómetro que mide el compromiso de una banda que bien podría haber pasado a recoger el cazo (como tantos grupos) y no lo hizo.

Hubo más de un pasaje instrumental con groove intenso, e incluso un particular y cómico duelo entre Hinds y su saxofonista, quien exhibió el dominio de sus diferentes saxos envuelto en el calor del público. A la hora de espectáculo, la banda hizo un primer mutis que dejó intuir un final próximo, pero regresaron vitoreados para ofrecer una última media hora de concierto que sirvió para redondear una muy buena noche.