Pese a la demora inicial, anoche esa radio gigante apostada en el escenario del Price se sintonizó en varios canales muy especiales, eran los de Esperanza Spalding que vino a monopolizar la señal de los «Veranos de la Villa». Entró enérgica, con el carácter que le impone esa cabellera afro y la pasión de un vestido rojo, etérea en movimientos, una mujer gradual que con tan sólo un tarareo de voz dejó perplejo y extasiado al patio hasta el final del concierto.

La dulce Esperanza (que aquí entre nosotros bien podría haberse llamado Bárbara, por la fuerza descomunal que pone en sus interpretaciones), se dejó caer entre las ondas de sus emisoras y consiguió transmitir la gran esencia del jazz que compone su último álbum, Radio Music Society, un trabajo que refleja su visión más particular de una crianza entre transistores. Entre el repertorio deleitó a los allí presentes con la sensualidad y el reposo de «Hold On Me», llegando a rozar su voz alturas vertiginosas en canciones como «I Can’t Help It» o «Black Gold», toda una labor funambulesca la suya, con un admirable control vocal que puede resumirse en un 10.

Divertida la interpretación de «Inútil Paisagem» del álbum Chamber Music Society. «Crownded and Kissed», «Land of Free», «I Know You Know» y cambio de estación, Spalding susurra, o más bien recita poesía allá en lo alto aprovechando el cambio de cada canción. El público como al principio, admirado, Esperanza no será una estrella del rock, pero lo es del jazz y aunque los aplausos de los allí congregados tarden un poquito en aparecer, eso es simplemente fruto de la impresión por su buen hacer, pues así se vio al final de su actuación, todos en pie.

Con una extensa carrera a sus espaldas pese a tener tan sólo 28 años (sin que en la cuenta incluyamos los dos premios Grammy que posee), esta cantante de Portland tiene todo lo que hay que tener para triunfar sin estridencias. Por un lado una banda muy completita compuesta por trombones, saxos, trompetas, piano, batería y guitarra; unas dotes técnicas excelentes para hacerse con el bajo como ya lo hiciera Jaco Pastorius; y una voz digna de un ruiseñor, poética y transgresora donde las haya. En su paso por el escenario se congregan desde los sonidos más puros de la Motown, la libertad del jazz de los tiempos de Duke Ellington o Count Basie, la voz evocadora a Ella o a Anita O’Day y algún que otro retal de blues.

Y así, tal y como prometía el gran attrezzo de cartón, comenzó y llegó a su fin el recorrido por una interesante amalgama de sintonías, que en su conjunto conforman la radio que suena en las sienes de  Esperanza Spalding, todo un lujo.