Alguna que otra duda planeaba en el ambiente por el cambio de vocalista principal de Freedonia, porque quien le precedió en el anterior trabajo había dejado el pabellón bien alto. Pero, comparaciones al margen, Mayka Sitté se erigió en la noche de Joy como la diva que el Soul necesitaba. Sin un aspaviento y con todo el feeling, el glamour, la clase y la elegancia de las divas de siempre, esta hispano-guineana lo bordó e hizo que la, por momentos, anémica vida cultural de Madrid volviera sus ojos al universo Freedonia.
Un universo plagado de luces, de sonidos concatenados y ensamblados perfectamente, con riffs, alaridos y percusiones a prueba de los escépticos «periolistos» que nunca jamás han respetado el Soul. Pues bien, aquí lo tienen: servido en bandeja de oro, en la mejor sala de Madrid, sin teloneros, sin altibajos ni hostias…Soul music en estado puro.
El gospel, el soul y el funk se vistieron de rojo en una noche en la que todo salió a pedir de boca, una boca, la de Mayka, por la cual salía cada estrofa y cada sílaba y gemido de unos temas con vocación de permanencia y estirpe de leyenda…la leyenda de un género que quiere despegar de una maldita vez sin complejos ni purismos que valgan.
Momentos Etta James, momentos Tina Turner, guiños a Aretha e incluso a Millie Jackson (aunque sin procacidad gratuita) y, sobre todo, esencia Sitté…las cualidades de una dinastía que todavía tenía que dar lo mejor de sí…y así ocurrió… Ha nacido una estrella.
Bailando, sintiendo y disfrutando, Freedonia se acercaron a las dos horas de show con un tempo perfecto, generosos bises, unos vientos descomunales, una percusión más que acertada, unos teclados sin afán de protagonismo excesivo y, ante todo, unas sonrisas sin forzar… Mayka era la reina de «los apóstoles del buen Soul» (evitaremos cualquier símil con el dichoso deporte rey, ya que desluciría lo transmitido).
Factores sorpresa como el cambio de teclados, de uno más clásico a otro más moderno, la aparición sorpresiva de una armónica, los coros en su justa medida de Iván y Carolina y ella… la diva de la sonrisa sincera y cristalina, la reina que nunca reinó y quiere reinar sin esperar ni un segundo más, aunque el paisaje sea una república de indies que no saben cantar. A destacar su perfecto inglés, sus bailes con evidentes guiños al temprano Michael Jackson, la puesta en escena impecable, su simpatía y esos breakdowns musicales lapidarios en los que habla de la vida y de los lamentos que lleva ésta consigo… aquellos en los que los silencios de las miradas penetraban certeramente. «Negra, nunca te volveré a decir que ‘nos debes un disco'», esperamos ese trabajo ansiosos.