Que contra los genes no se puede luchar, es una premisa que aprendió Chuchito Valdés en su niñez, pues volvió derecho al redil de la música tras implorar en su casa que quería ser beisbolista. Cuenta que fue un excelente pitcher allá en Cuba, y su complexión siempre le hizo destacar, pero en un vaivén pudo resistirse, y regresó al compás de los instrumentos y al sonido de la música clásica.
Hijo del pianista Chucho Valdés, nieto del gran Bebo Valdés, Jesús o Chuchito, como cariñosamente lo llaman, no iba a ser menos, pues ha heredado la misma soltura en las manos que sus antecesores. Así lo demostró en su concierto en la Sala Galileo Galilei, tras salpimentar con su sazón musical varias ciudades españolas bajo la estela del festival itinerante, «Jazz in Blue».
En la sala, la mayoría de las mesas se fueron abarrotando. Ni muy impuntuales, pero tampoco muy precisos, aparecieron, el mago del latin jazz junto a Ramsés Colón al bajo, y Rafael Monteagudo a la batería. Se atenuaron las luces del escenario y se hizo un silencio que poco duró, por la irrupción en el ambiente del «Son Montuno» de su último disco, Live in Chicago. Y entre las primeras notas y los aplausos entusiasmados, se inauguró una noche que desde un inició se preveía intensa por el brío con el que Chuchito y sus acompañantes se hicieron patentes en el salón.
No hubo son al que los allí presentes nos pudiésemos resistir, pues el ritmo de las piezas daban para eso y más, así que cada cual en su silla dejó que su cuerpo se expresara a su manera. Si lo que quería el pianista era, como en más de una ocasión ha expresado, «demostrar a la gente que la música tiene espíritu», lo consiguió y con creces.
Su latin jazz o el jazz criollo, como se ha empecinado en llamarlo, por ser las cadencias más características de Cuba las que se entremezclan en su música, hegemonizó la velada. Hubo algún espacio para la improvisación, que corrió a cargo de todo el trío, ya que Chuchito al grito de «¡Agua!», les dio a cada uno vía libre para arrasar con su instrumento.
Se pusieron de acuerdo para darnos una vuelta en hora y media por las composiciones de sus últimos álbumes. Sonaron canciones como «Bésame Mucho», «Capullito» o el «Danzón de Nina». En el recorrido no faltaron sus peculiares tarareos al piano que tanta vida le dan a sus interpretaciones. Y tuvimos el placer de escuchar en exclusiva una de sus composiciones todavía anónima, pero que el maestro nos brindó gustoso en los primeros momentos de su actuación.
No es la primera vez que Chuchito pisa los escenarios españoles, pues ya lo hizo junto a su padre con la mítica banda Irakere, allá por el 98. Esta vez ha vuelto como solista consagrado, y vista la implicación y pasión con la que el público madrileño lo acogió en la Sala Galileo, ¡esperemos que se repita!.