Miércoles, calor de estar en terrazas, se acerca el fin de mes. Los augurios de cualquier avezado empresario de eventos de este tipo no habría dado un euro por juntar a cuatro raperos yanquis en un escenario con la que está cayendo. Saliesen finalmente las cuentas o no (que lo dudamos) acudimos a la Sala Copérnico y nos encontramos con un Saigon al que conocíamos por su participación en la serie «Entourage» (El Séquito), por sus colaboraciones más sonadas que sus discos y por ese estilo de fluir tan de siempre.
Saigon conectó con el público (aunque el sonido no fuera todo lo «rap» que debiera) y lo hizo con una «cami» de Eazy-E y un clon de Glen Rice aunque con 20 centímetros menos a los platos. Repasó sus «pepinos» y los aliñó con gran profesionalidad y con una botella en ristre de destilado Premium. Los parones no fueron tantos como el concierto que le sucedió, pero bien es cierto que empezó muy fuerte y se fue desinflando conforme avanzaba el show. El enardecer a la sala y calentarles para la siguiente actuación fue para él cosa de niños, porque con su entrega y su estilazo se ganó sus dólares.
Otro cantar fueron Slaughterhouse, que vinieron de turismo, a «velas vir», como dirían en mi tierra (traducido «verlas venir»). Al margen de que Joe Budden suene en el micro como Bugs Bunny y su dicción deje mucho que desear y que no conecte en su forma de concebir el rap con este combo, los cuatro estuvieron deseando que se terminara el show.
Que si el sonido, que si las luces, que si la abuela fuma. El caso es que algunos norteamericanos se piensan que somos gilipollas y que estamos que lo tiramos, tanto el dinero como el tiempo. Empezaron a salir uno a uno y luego de forma deslavazada fueron cantando sus “cachos” como si fuera un grupo maketero en los noventa. Las improvisaciones que nos brindaron tenían el humilde cometido de sorprendernos, pero todo esfuerzo fue en balde porque ni siquiera el «MAC’S DJ» tenía la decencia y el decoro de lanzar las instrumentales. Así que Playback al canto y otro show que derrumba lo que podría haber sido una motivante noche de rap en la capital. Todo se acabó (o casi) cuando un orondo Joell Ortiz dijo aquello de «I’m Very Drunk». Esperaban los chuletones y las Scorts.