Los hermanos Wachowski han vuelto a la carga con un proyecto largamente esperado. Desde ‘V de Vendetta’ hasta hoy ha transcurrido más de un lustro, sólo rellenado por el guión de ‘The Invasion’ y el proyecto de animación ‘Speed Racer’. ‘El Atlas de las Nubes’ ha sido un regreso tan anunciado y anhelado, que era previsible que no llegara a cubrir las enormes expectativas depositadas sobre ella. El recibimiento ha sido frío y reaccionario. Y también, según el criterio del que escribe, inmerecido e injusto. Nos hallamos ante una película compleja y ambiciosa, y muchos críticos talibanes han aprovechado la coyuntura para tacharla de pretenciosa. Como todos los buenos licores, ‘Cloud Atlas’ (título original de la cinta) ha de saborearse con devoción, mimo y cuidado; y dejarla reposar en el paladar de las emociones y los recuerdos un tiempo prudencial, y revisionarla (si es posible) una y otra vez. Es de esos films tan llenos de contenido que corren el riesgo de empalagar.
De entrada la idea es tremenda: 6 historias situadas en 6 épocas y 6 lugares diferentes que se desarrollan entrecortadamente saltando de una a otra, pero cuyos actores se repiten una y otra vez representando personajes múltiples distintos en cada una de las narraciones (gracias a la magia del maquillaje), a veces trascendiendo incluso sexos y razas. ¿Para qué? Para mostrarnos que en este mural del tiempo y el espacio que es la existencia todo es cíclico y se repite; que volvemos a cometer los mismos errores en nuestras sucesivas reencarnaciones, y que unas veces salimos triunfantes y otras fracasamos, o viceversa. Se nos expone así la teoría oriental sobre el karma y el dharma, tan compleja de explicar aquí así de sopetón, que es mejor emplazar al lector a que investigue por su cuenta. Todo esta exposición filosófica, extraída de la novela de David Mitchell, ha sido adaptada por los Wachowski junto a Tom Tykwer (‘El Perfume’); que se ha unido también a una dirección tan compleja y arriesgada que da auténtico vértigo pensar en ella.
Ir a ver esta obra supone un ejercicio de digestión lenta, de asimilación de conceptos sumamente filosóficos que son narrados con gran belleza poética; lo cual la convierte en no apta para mentes occidentales cuadriculadas y espectadores cortos de miras. Aquellos que acudan esperando encontrar otro ‘Matrix’, se toparán con un abanico de dimensiones épicas y románticas en la que sólo hay cabida para el cyberpunk en una de las tramas contenidas. La belleza de las historias se apoya en una fotografía pensada, rodada y retocada al milímetro según cada relato. El ritmo del montaje es tremendo, para que el espectador se acostumbre a asimilar con rapidez y se olvide de reparar en maquillajes y demás detalles accesorios. Lo importante aquí es el significado global, la interrelación de todos los segmentos y el por qué de tanto salto brusco. Y para ello es necesario ser paciente y tolerante con las casi 3 horas de metraje, ya que el sentido de toda esta antología vital no es revelado totalmente hasta el final. Por todo ello, un servidor está convencido de que este complejo collage trascenderá la mediocridad creativa y moral de su época para convertirse, con los años, en una obra de culto para las generaciones venideras. Y si no… al tiempo.
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