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4. SAM SPARRO

En los 70 solía decirse de Bowie que era el primer blanco que sonaba convincente intentando hacerse pasar por negro con su música. Más allá del trazo grueso de esta afirmación, no hay duda de que algo hay de ese espíritu en la figura de Sam Sparro. Convertido desde hace años en una de las más firmes figuras de eso que llaman blue-eyed RnB, su propuesta siempre ha resultado tan divertida, funk y abiertamente queer como la del mejor Bowie de los 80. Más de treinta años después la explosión Disco-Funk-Pop de «Let’s Dance» (1983), uno de los álbumes más recordados y menospreciados del White Duke, Sparro es el mejor ejemplo de que el rastro de su legado sigue de una forma u otra, entre nosotros.